Yo también fui acosada en un bus

Imagen

Un Metropolitano exclusivo para mujeres sería como restringir la venta de alcohol para disminuir los accidentes de tránsito provocados por borrachos, no se acabaría ni remotamente con el problema. ¿Saben cómo podríamos cambiar esta situación? Incinerando a los acosadores callejeros y a aquellos enfermos que disfrutan sobándose contra mujeres desconocidas, indefensas en su mayoría.

Esto es algo que nunca he contado. Estudié toda la secundaria en el Cercado de Lima y pasaba una hora en bus entre la ida y vuelta a casa. Sin contar las veces en que los cobradores me cerraban la puerta en la cara porque mi pasaje solo valía la mitad de lo que pagaban las personas adultas (lean este informe de Infos.pe en el que explican por qué quienes conducen un bus en Lima son llamados «los guerreros del centavo»), sufrí el mismo maltrato sexual del que seguramente ninguna peruana se escapa. Si comía un churro mientras esperaba el carro, desde la ventana algún pervertido me hacía muecas obscenas. Fui manoseada en varias ocasiones hasta que mi madre me enseño a sujetarme de la baranda con el codo rígido hacia atrás, dejando un poco de aire entre mi cuerpo y el de cualquier persona que se pusiera a mi lado (o atrás). También me tuvo que enseñar con el ejemplo a no quedarme callada, a gritar y mentar la madre si alguien quería pasarse de listo conmigo. Es que las niñas por naturaleza se avergüenzan de denunciar a sus acosadores… es como si se sintieran un poco culpables, lo sé porque me ha sucedido. También hay un tema de inocencia en las mujeres menores, de desconocimiento frente la maldad que hay en las acciones de algunos hombres.

Me veo con 13 años, sentada en la parte interior de un asiento compartido al lado de un hombre con un abrigo largo y oscuro. Se acaba de sentar. No hay nadie parado a su lado pero lo habrá en algunos minutos. El hombre saca su miembro y empieza a masturbarse mirando de reojo a la adolescente que era yo y no entendía nada de lo que estaba sucediendo. Recuerdo lo incómoda que me sentía, el deseo creciente de cerrar los ojos y estar ya en casa a salvo. El carro se llena pero nadie parece darse cuenta de lo que está ocurriendo. Los minutos pasan lento. Me tomó más de la mitad del camino darme cuenta de la situación en la que me encontraba y muchos otros minutos reunir el valor para salir atolodradamente empujando las piernas del enfermo a esperar mi paradero al lado de la baranda de la puerta, avergonzada y disminuida.

A mis cortos años, viví la notoria impotencia que Magaly Solier compartió a nivel nacional, solo que sin los medios ni el valor para denunciarlo.

Cuando recuerdo esta situación quisiera retroceder el tiempo, meterle un puñete al subnormal con el que me crucé ese día y gritarle con todas mis fuerzas lo cretino que es y hasta de qué se va a morir, para que la gente que estaba conmigo en el mismo espacio —y se hizo la de la vista gorda— lo increpe también y me defienda. Pero como nada de eso será posible ya, solo me queda escribir mi experiencia para desahogarme, experiencia nefasta que seguro es la misma por la que has tenido que pasar tú, tu hermana, prima, enamorada, esposa o hija. Qué triste.

Por favor, ¡no volvamos a quedarnos calladas! ¡No permitamos ser el objeto de algún degenerado! Después de recordarlo todo, creo que no me resulta tan trastornada la idea propuesta Villarán. ¿Se imaginan la cantidad de niñas que dejarían de ser diariamente atormentadas? Yo sí… y me siento un poco aliviada.

Etiquetado , , ,

Deja un comentario